Por: Mayté Garcia Miravete
Hablar en público es ciertamente una competencia altamente valorada hoy y siempre. Desde los antiguos griegos, maestros de la retórica, hasta los Foros Romanos pletóricos de discursos elocuentes dedicados a lograr la adhesión a una causa. Desde los famosos discursos de Quintiliano o Demóstenes, hasta la actualidad con discursos icónicos como el de Marthin Luther King “I Have a Dream”, de Obama “Yes We Can”, de Eva Perón o de Malala “La Voz tiene poder”.
Y efectivamente “La Voz tiene poder”, un poder para mover a la acción, para generar estímulos psíquicos en quien escucha un discurso potente, bien estructurado y con fondo, con contenido.
Sin embargo, en la actualidad el discurso político ha perdido esta fuerza en el fondo, muchos oradores y oradoras políticas hablan sin sentido, sin contenido, sin fondo, sin causa, sin propuesta, lo que nos conduce a que la audiencia, los votantes, ya no encuentren liderazgos a quienes seguir, a quienes entregar su confianza y a quienes entregar su voto.
Quien hace uso de la palabra, sea para un discurso político, social, académico, etc., tiene siempre ante sí una gran responsabilidad: nunca se debe subir a la tribuna sin tener claro el objetivo del discurso, sin haber delineado puntualmente el desarrollo del mismo, desde el exordio hasta el epílogo, sin haber realizado un buen análisis de la audiencia, sin haberse preparado a conciencia.
Los discursos que pasan a la historia, además de contar con estructura sólida, bien desarrollada y soportada, aprovechan los recursos propios que provienen de quien hace uso de la palabra, esta es la forma del discurso, de ella, la Acción que debe cuidar de la comunicación no verbal tal como los gestos, la postura y los ademanes, entre otros; el paralenguaje o tono de voz, que aprovechará una voz entrenada, con matices, pausas y silencios, velocidad, volumen y tono para dar fuerza a las palabras, a cada oración.
Pero también, se debe atender a la importancia del fondo. Ello corresponde a las cualidades intelectuales del orador. El fondo es la propuesta, la causa, la necesidad de la ciudadanía que debe ser expuesta y apoyada en el conocimiento, pues nos comunicamos con el prójimo para influir sobre él, para tratar de adherirlo a nuestros puntos de vista o para que se forme de nosotros una determinada opinión. Para sumar a nuestros semejantes a nuestros anhelos, aspiraciones y deseos o para ser el portavoz de sus anhelos, aspiraciones, deseos…
Para ello hemos de apoyarnos en todos los recursos oratorios, tríadas, repeticiones léxicas, metáforas, datos, citas, analogías, historias, humor. Debemos echar mano a todos los recursos posibles para lograr atraer la atención y retenerla, para lograr que el discurso sea significativo y memorable. Para lograr que el público que lo escuche, anote mentalmente, haga búsquedas en su propio cerebro y lo haga suyo en todas las formas. Para transformar su realidad, para enriquecerla y para lograr con ello la poderosa persuasión que no es otra cosa sino conducir a la acción a quien nos pudiera escuchar.
Cuando nuestras palabras dan en el blanco y mueven a quien las escucha a la acción, nos volvemos conscientes de la fuerza del lenguaje, del poder de la palabra hablada y de la energía transformadora que tiene un discurso bien trabajado, preparado, estudiado, practicado, pues el orador o la oradora se han comprometido con la enorme responsabilidad de lo que implica dirigirse a una audiencia. de ello depende la imagen que las personas se formen del orador después de escucharlo, así como su reputación y credibilidad.
Y esta credibilidad se compone de tres factores centrales: Dinamismo , que se refiere a la capacidad de dominar nuestra comunicación no verbal para transmitir mensajes poderosos; Conocimiento, que apoya y avala la capacidad del orador a través de la preparación y de la Honestidad que implica además un alto deber moral y ético de quien hace uso de la palabra, pues el orador, la oradora, se convierten en líderes que tendrán siempre un deber ético y moral con sus seguidores, ningún orador debe usar la palabra para servirse de ella, siempre deberá buscar que sus palabras cubran y cuiden las necesidades de su audiencia o votantes.
Si somos disciplinados y cuidamos forma y fondo, podremos llevar a la audiencia a la ACCIÓN, eso es RetoricAcción, si un discurso no logra movilizar a un auditorio, de nada sirvió haber gastado e invertido ese esfuerzo. Por ello, busquemos que nuestros discursos dejen siempre un mensaje en nuestra audiencia y que este sea de impacto para lograr nuestro objetivo de conducir a la acción. He ahí el reto de la RetoricAcción.
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