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El lenguaje de la elocuencia.




Las palabras son ciertamente poderosas, ellas transmiten pensamientos, ideas y emociones.

A través de la palabra podemos lograr que nuestro público visualice, imagine, recuerde olores, sensaciones, etc. Podemos generar estados emocionales, pensamientos, experiencias y aprendizajes que quedarán grabadas o no en la mente de nuestros escuchas. Ellas, las palabras, pueden ser intensas, efectivas y vigorosas o débiles y sin impacto.


Es por ello, que para ser elocuente, hemos de tomar en cuenta que al presentarse ante un auditorio, las palabras son vehículos efectivos para transmitir nuestras ideas en forma eficaz.


Existen varias condiciones que una palabra debe cumplir para convertirse en ese poderoso recurso del orador, cuidando en todo momento que los términos utilizados sean sencillos, claros y precisos y de crear estados y emociones de recursos, utilizando analogías y metáforas, apoyado en un excelente manejo del tono de voz.


Hay una frase que no sé a quién pertenezca, pero que me parece más que adecuada para cumplir con la condición de sencillez. “Es difícil hacer fácil lo complicado”. Hacer sencillo un conocimiento en muchos bucles o niveles, ciertamente es una tarea por sí misma. Un orador que puede adaptarse a un público heterogéneo, en el que seguramente habrá personas con distintos niveles de conocimiento sobre determinado tema, acomete una gran tarea y al mismo tiempo aprovecha todos sus recursos para lograr comunicar elocuentemente su idea.


La sencillez no significa falta de fondo. Implica el aprovechar el conocimiento y experiencia personal sobre un tema y poder comunicarlo en forma tal que todos y cada uno de los asistentes a una conferencia, curso, taller, evento, etc., puedan comprender íntegramente lo dicho por el orador. Es una gran tarea, hacer fácil lo difícil. Utilizar todos los recursos verbales, figuras retóricas, ejemplos, definiciones, analogías, historias, etc., para lograr que cada palabra y el fondo del discurso (nuestro tema a abordar) sean captados por todos, pues ese entendimiento es el que permitirá que en la mente de cada uno tenga un verdadero significado lo dicho.


Una exposición también ha de ser clara, coherente y con un contenido ordenado, que permita que el público capte sin problemas el mensaje que se está transmitiendo.

Además, deberá contar con palabras claras, lo cual implica cuidar la sintaxis, que el vocabulario sea accesible, construcciones sencillas, expresarse con naturalidad y recurrir al propio acervo. Evitar el empleo de palabras rebuscadas o expresiones técnicas, salvo que no exista otra posibilidad.


¡Cuántas veces no hemos escuchado a oradores que utilizan mal una palabra por no conocer su verdadero significado! generando en el público una percepción negativa del expositor. Si había hecho un buen trabajo y gozaba de credibilidad (difícil de construir y de la que hablaremos en otra colaboración), en ese momento, ante el mal uso de la palabra, puede caer todo lo que había construido con tanto trabajo. El mensaje también perderá credibilidad, pues la credibilidad del mensaje depende del mensajero.



Las palabras han de ser precisas. Como habíamos comentado hay palabras que no tienen la posibilidad de utilizarse sin apegarse estrictamente a su significado. Solo significan eso y nada más. Una palabra precisa, permite también que el público genere la imagen correcta, el pensamiento exacto y el concepto puntual.


Como sabemos, las palabras tienen significado en nuestro cerebro. Este cuenta con un mapa propio que va generando conexiones y evoca los términos, conceptos, experiencias, emociones, sensaciones, etc., al escuchar cada expresión, al escuchar las palabras. Es así, como un discurso o presentación toma forma en nuestro órgano pensante. El lenguaje hablado permite la recreación, el manejo, la recepción y al mismo tiempo la transmisión de información. Por todo ello, cuando hablamos frente a un público nuestro lenguaje debe tener eco en la mente de cada escucha.


Importante para lograr conectar a través de las palabras con el “Mapa” en cada mente de nuestros asistentes utilizar un lenguaje claro, preciso, sencillo y como habíamos dicho la utilización de metáforas, analogías, la descripción de lugares, personas, hechos, procesos; el conectar y generar emociones a través del ritmo, volumen y tono acorde a cada palabra que se pronuncia, permite que el orador sea elocuente, que logre “conectar” con cada persona y generar acción en cada uno de ellos.


La elocuencia es la competencia que genera esa respuesta que buscamos en los escuchas, un discurso que tiene significado, que es comprendido, podrá lograr que cumplamos con nuestro objetivo, que es llevar a la acción a nuestro público. Sea para que compren nuestro producto o servicio, para que voten por un determinado candidato, para que se inscriban a un programa, etc.


¡La elocuencia tiene que ir de la palabra a la acción, de otra manera no vale la pena molestarse en dar un discurso! Y para ello, la palabra es su mejor forma, su vehículo más poderoso, da forma a nuestro mapa de la realidad, compartiéndolo para generar a través de ello significado en el mapa mental de otros. ¡Eso es elocuencia!




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